Sentido del Oficio

¿Cómo puede el obrero que posee alguna religiosidad conformarse con dejar afuera de su trabajo su imaginación, sus amores, su moral, las excelencias de sí mismo?

Yo no exagero si digo que mi fiesta mayor de Europa me la han dado las artesanías superiores que son las de aquí, las cabales, las perfectas artesanías.

Definición de artesano: el que trabaja el cuero, o la plata, o el oro o las maderas con escrupulosidad. Yo añado: el que trabaja la piel de carnero o la pobre madera de álamo con la misma norma bajo la cual hicieron lo suyo los artistas de las llamadas, con alguna petulancia en el privilegio, “bellas artes”.

La norma que viene de ésos, es: llama en la mente, pulso tranquilo, sin alcoholes, mano tan ágil como el alma, tan fácil como el alma; un poco de rito y un poco de juego, es decir, la seriedad del padre componiendo y la alegría del hijo al rematar el éxito; y un gran orgullo si se firma y si no se firma, el mismo orgullo.

Entre las desgracias de América está la de tener, en algunas partes, artesanos escasos, y la de no haberlos visto nacer en otras, todavía. Confundimos artesano con peón, hortelano con “regador”, herrero con forjador. El pobre continente manda la plata hacia las orfebrerías de Europa Y no se ha puesto aún a formar sus plateros.

¿Y si consideráramos el oficio como nuestro más efectivo testimonio?

Damos prueba de nosotros en nuestra manera de amistad y de amor, en la elección de un partido político o de una fe; pero todos ésos son testimonios parciales o vagos; el cómo encuadernamos un libro o damos nuestra clase en una escuela, nos dice eso, si da el duplicado de nuestro semblante.

El trabajador puede decir lo que dijo Cristo de sí: “Que mis actos hablen por mí”.

El objeto labrado es esquema de los sentidos, del cuerpo y el alma del obrero. La manufactura superior denuncia la justeza del ojo, la barbarie o la docilidad de la palma, la vieja intrepidez de los dedos; cuenta, por la insistencia de tal o cual color, el temperamento de su amo; en la sequedad o la dicha del dibujo, dice sus humores. Hasta el copista se expresa copiando, y hace confesión de sí mismo.

Muy torpe, el uso corriente de juzgar a hombre o mujer fuera de su oficio. “Fulano es mal abogado, pero excelente persona”. O, si se trata de un herrero: “No sabe lo suyo, pero es un santo”. No, no hay probidad que pueda quedarse afuera del oficio. Quien cojee en su profesión, cámbiela sencillamente, pero hínquese en otra donde pueda alcanzar el último tramo y ser probo, partiendo de su oficio como de un centro.

Eje de la vida, el oficio. Que las demás cosas, consideración social, dinero, etc., sean radios que de ahí partan.

Yo conozco en Chile innumerables sociedades de artesanos sin más objetivo que la ayuda económica o la recreación colectiva. Sociedades cuyo fin primero sea la elevación de la capacidad artesana, no me las he encontrado; locales obreros en cuyas salas estén unas cuantas muestras felices de lo que el gremio ha logrado, cosas que creen el ambiente del gremio y que muestren que ésa es verdaderamente la casa de los forjadores o de los tejedores, tampoco las he visto.

El obrero quiere ser significado por la elevación del salario o por la representación laborista numerosa en un Congreso; pero son sólo un costado de su reivindicación.

Se dignificará totalmente por medio de su oficio mismo. Artesano con salario alto y que nunca supera el último tipo y no crea un modelo nuevo entre las criaturas industriales, que no conoce la historia de su oficio, con los clásicos del cobre, de la porcelana o el papel; que se queda en albañil pudiendo pasar a constructor; obrero al cual para nada ha servido la herencia enorme de los artesanos españoles de Toledo y de los italianos de Florencia, es peón voluntario y lleva hurtado el nombre de artesano.

Yo también estoy con los que quieren edificar nuevas jerarquías. Que el dinero y la herencia cuenten cada vez menos para dar sitio a los individuos en el mundo y que la cifra 1, la 2, la 3, pasen a ocuparlas los bravamente capaces. Pero cuidado con los nuevos valores de chacota o de mentirijilla. No el maestro por ser campesino, sino el campesino que ha hecho el mejor huerto en el valle de Elqui o de Aconcagua.

Vamos caminando hacia la formación de una aristocracia de técnica que ascenderá sin más presión que la capacidad. Cuidamos que no resulte sólo a medias legítima como las anteriores, y que se vuelva otro cheque girado en falso.

Para la llamada “revisión de valores” tomemos como documento principal el oficio. ¿Cuánto tiempo se le buscó? Porque el oficio debe aprenderse toda la vida; cesa el aprendizaje al acabar el trabajo, a los 50 ó 55 años. ¿Hasta dónde se le conoció? Porque el oficio es cosa fateada como el ojo del insecto o, mejor dicho, tiene diez o veinte estratos, como las gredas, y quedarse arañando el primero es fijarse por sí mismo en la plebeyez. ¿Se le regaló a su raza, dentro de la artesanía elegida, una forma nueva? También se prueba el patriotismo a través del oficio y se le vuelve una honra colectiva. ¿Se puso precio con probidad a la artesanía o se aprovechó cualquier ocasión de lucro fácil, tan fácil como el del bolsista? ¿Se ensamblaron las piececitas del reloj o las del armario con escrupulosidad preciosa, como si cada pieza fuese a cantar el nombre del dueño? Porque la moralidad se comprueba también en la obra artesana.

Yo deseo unas repúblicas futuras en que los motes tontos de “rey del aceite” “rey del azúcar”, se dejen de mano para resucitar, en cambio, estos bellos nombres medievales: el “Maestro del cuero”, el “Maestro del cáñamo” o, si se quiere volver a las caballerías, el “Caballero de la forja”.

Suelo leer con más interés que las promociones de Bellas Artes a la Legión de Honor, en la prensa francesa, las de Industria: X “horticultor”, Z “decorador”, por servicios al suelo y a la manufactura francesa. Me pongo a pensar en el artesano chileno que apenas ha nacido, si ha nacido. Ni los patrones se ocupan de cultivar sus habilidades, porque no se engría y cobre más; ni a él mismo le importa mucho mejorarse, porque ignora qué pascua permanente son sus artesanías en Europa; ni el Estado ha hecho gran cosa por su ennoblecimiento, aunque sea el protector natural de las labores manuales, una tras otra.

No es verdad que el maquinismo haya acabado con el artesano y que sea ya imposible que éste ponga sello suyo sobre su criatura. La máquina ha substituido el pulmón del hombre, no su mente, ni siquiera su dedo, a veces. El hombre dicta a la máquina los modelos; la máquina le ha reemplazado los tendones y el sudor sin arrebatarle ni una de sus prerrogativas para dar gusto a su pasión de forma o de color. Sería infame un trabajo en el que la voluntad de crear no pudiera ejercerse nunca y sería estúpida la delegación del hombre completo en la usina.

Bueno será reemplazar algunas de tantas fiestas cívicas nuestras por “festividades artesanas”, la del hierro o la de los paños, la del choapino o el sarape. Ir significando en cada ocasión al artesano, hombre esencial de las democracias de cualquier tiempo. Hacer más: abrirles en cada ciudad grande el museo de las artes industriales a fin de que ellos que no viajan, conozcan la nobleza que en otras partes alcanza su propio oficio, de qué millón de motivos es susceptible, cuánto material ha incorporado a la, historia, lo mismo que las llamadas con tonta exclusividad “bellas artes”.

Cuando el artesano se vuelva por su capacidad de creación tanto sesos como puños, y corresponda a tal vigor de sus riñones tal fineza de pupila, se caerá solo el muro que ha dividido el trabajo en jerarquías, y broncero superior igualará a compositor de sinfonía y esmaltador de Copenhague a -cirujano de Nueva York.

Gabriela Mistral
Mayo de 1927.

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