Cómo no ahogarnos en las aguas del patrimonio

Por Javiera Naranjo

Patrimonio, palabra que de pronto comenzamos a utilizar quienes trabajamos en temas relacionados con la cultura, personalmente, me explicaron el concepto en un seminario al que fui invitada el año 2011 dictado por la UNESCO y el entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, manual mediante, fui comprendiendo cada una de las palabras que tendría que comenzar a integrar a mi glosario. Como buenxs evangelizadorxs, nos enseñaron a los presentes, cuál sería la manera de nombrar lo que ha existido en nuestros territorios desde que la memoria lo ha resguardado.

Con el discurso de que les interesaba ayudarnos a cuidar lo que es propiamente nuestro, símbolo de nuestra identidad, nos comenzaron a aleccionar para aprender a sistematizarlo. Entre listas y descripciones fuimos aprendiendo una nomenclatura que internacionaliza nuestros trabajos de investigación y las prácticas y saberes que aprendemos y describimos en ellos. Se fue construyendo un vocablo específico, un consenso desde donde entendernos. Una política internacional que comenzó a operar en los territorios, en los cuerpos y los quehaceres de diversas personas, de forma siniestra y silenciosa.

Fuimos utilizándolo sin ser capaces de realizar una reflexión crítica de los conceptos que se nos propusieron/impusieron desde las instituciones nacionales e internacionales. Hablamos en su lenguaje, bajo sus criterios, y si bien, esto a ratos nos resultó una piedra en el zapato para nuestros procesos de investigación, seguimos andando, ocupándolo medias incomodas, principalmente, porque no sabíamos cómo más nombrar. Aceptamos la incapacidad en la que nos vimos ante el trabajo que hacía sobre nosotras mismas el colonialismo, cuestión que nos llevó a acomodarnos y adecuarnos a lo que se estableció como políticamente correcto a la hora de hablar de estas expresiones culturales.

Hoy nos vemos interpeladas por esa vieja incomodidad, el Gobierno de Sebastián Piñera el año 2019 ingresó al congreso una modificación a la Ley de Monumentos Nacionales, la cual pasará a llamarse Ley de Patrimonio. Diversas organizaciones pusieron el grito en el cielo ante la lectura del documento, ya que las formas de entender y actuar en relación al patrimonio ponían en serio riesgo las expresiones culturales que describen. Frente a esta coyuntura decidimos de una vez por todas, sentarnos, sacarnos la piedra del zapato, y comenzar a desentrañar aquel concepto que no logró entrar, que no nos acomodó y que tanto debemos utilizar en nuestro obrar como organización.

Buscamos con esta excusa de la modificación a la Ley de Patrimonio realizar un ejercicio que sentimos necesario. Pensamos, es fundamental sentarnos a conversar con expertos y pares sobre qué estamos entendiendo por patrimonio. ¿Es este el concepto más adecuado? ¿Los pueblos que han habitado estos territorios, antes del Estado Nación, están de acuerdo con esta conceptualización, si han resguardado y practicado su cultura durante generaciones sin necesidad de encasillarla ni conceptualizarla? ¿Cuánto de este concepto y su uso evidencian una continuidad colonial? ¿Estos conceptos son capaces de dar cuenta de la complejidad de los contextos, sujetos y objetos que están intentado describir y encasillar?

Durante estos años de trabajo hemos sido testigos de como el Estado se ha ido adueñando de expresiones culturales pertenecientes a pueblos específicos que han habitado estos territorios con anterioridad, como las hace propias, las regala como souvenir, las desgarra de su potencial político, mostrándolas desde perspectivas estéticas, como animales exóticos, cual zoológicos humanos de principio de siglo XX.

Durante estos años de trabajo hemos sido testigos de como el Estado se ha ido adueñando de expresiones culturales pertenecientes a pueblos específicos que han habitado estos territorios con anterioridad, como las hace propias, las regala como souvenir, las desgarra de su potencial político, mostrándolas desde perspectivas estéticas, como animales exóticos, cual zoológicos humanos de principio de siglo XX. Y es que hemos visto cómo la lógica que existe tras la idea de Patrimonio no está lejos del espíritu que se escondía tras los antropólogos de aquella época. Es la misma perspectiva decimonónica que mira a un “otro”, clasifica la cultura de un “otro”, somos colecciones de figuritas para las elites criollas y occidentales. Las que nos reúnen como fotos y recuerdos en sus casas, como “Tesoros Humanos Vivo” ¡Así le dicen! Lo mismo que para los pueblos y cultores son territorios habitables y significantes, objetos cotidianos que adquieren en la práctica un carácter ritual y simbólico, para ellxs se vuelven patrimonio, propiedad, tesoro, herencia que legar a sus generaciones venideras.

Su uso invita a la folclorización de los objetos, los territorios y los humanos que lo practican y detentan. Porque sin explicar insinúa la inmovilidad de la cultura y de quienes la expresan, se exige que las expresiones culturales se queden como fotografías inertes para que posibles visitantes puedan ser testigos de lo que se inventarió, clasificó y sistematizó.

Frente a este escenario hoy tomamos posición, nos negamos a seguir aceptando la idea de Patrimonio como nos la presenta la UNESCO, como la abrazan los Estados Nacionales, sin realizar una reflexión profunda sobre sus alcances y consecuencias. No tengo certeza aún de como tenemos que llamar a estas expresiones culturales, de si sería adecuado cambiar de palabra o desmantelarla para hacernos de ella y resignificarla. O simplemente volver a utilizar el antiguo e imperecedero concepto de cultura, que tanto tiempo ha tomado a las Ciencias Sociales definirlo, entenderlo y adecuarlo a las realidades diversas que se han ido develando con el paso del tiempo.

Frente a esta situación en la que nos puso la modificación a la Ley de Patrimonio queremos hacerlxs parte de un proceso interno de estudio y conceptualización que nos permitirá -quizás por algún tiempo- encontrar la forma más adecuada para referirnos a todo lo que este concepto busca expresar desde la institucionalidad. Lxs invitamos a no caer tan fácil en los discursos oficiales, la historia nos ha mostrado de sobra como somos capaces de ser manipulados con las palabras. Pongamos filtros, seamos sospechosxs, la idea de patrimonio esconde más de lo que deja ver.

Es por eso que decidimos comenzar a estudiar los mecanismos internacionales que existen para resguardar dichas expresiones culturales, conversar con personas que llevan tiempo dedicado al tema y construyendo formas distintas de entenderlos. Porque la rueda ya lleva su rato andando, nosotras no estamos poniendo un tema nuevo en la discusión, sino más bien haciéndonos cargo de una problemática antigua que una y otra vez viene a interrogar a quienes trabajamos en estos ámbitos.

Sabemos que es necesario ser creativas para ver cómo podemos organizar estas cuestiones para el futuro, qué esperamos construir después de este caos e incertidumbre que nos habita en el presente. Y es que cuántas organizaciones que trabajan en el mundo de la cultura realmente pueden construir una perspectiva crítica sobre lo que esta ocurriendo, si en su gran mayoría trabajan para o subsidiadas por el Estado. Cuánta autonomía tienen realmente para poder analizar con una mirada crítica el trabajo que se está haciendo desde el gobierno con respecto a los temas que nos atañen y con los que trabajamos. Es frente a esto que nos sentimos profundamente interpeladas.

Se vuelve fundamental que cada unx desde su trinchera haga el ejercicio de pensar o repensar qué estamos entendiendo por patrimonio y quiénes deben hacerse cargo de éste. Cómo es necesario organizarnos, trabajar y resguardar nuestras memorias, para que no sean utilizadas con fines mercantiles y nacionalistas en los tiempos que corren.

Porque una cosa está clara, no podemos entregar los objetos, las técnicas, los territorios de manera tan apocada. Por ahora y antes de abrir esta discusión a la que nos entregamos para que nos transforme, pensamos que lo único posible es que nos hagamos nosotrxs de ellos, que los introduzcamos en nuestros cuerpos, los cuidemos en nuestras memorias, los reproduzcamos en la oralidad, en el caminar, en el compartir y el dialogar. Así es como se ha hecho la resistencia del continente durante 528 años, de ella es que aprendemos, en la palabra transmitida, en la memoria infranqueable, en el poema declamado, en el tejido a palillo, en la agüita de hierba, en las miradas atentas ante el extranjero, se ha seguido siempre comunicando de estas formas. Es necesario entonces que sigamos resguardándolas para evitar los despojos, las pérdidas y las apropiaciones.

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